Se escuchaban ruidos fuera de la lona roja que conformaba la tienda de campaña. Eran ruidos a oídos de la elfa Nocheterna que se encontraba sentada a la luz de dos velas, pero en realidad eran cánticos trol, orcos y gritos al son de un ‘por la Horda’ del batallón allí reunido. Celebraban una momentánea victoria contra los silítidos. La elfa, tras un descanso breve, colocó un cajón de suministros a modo de mesa y sacó un pergamino que se encontraba en el interior de una funda de cuero. Lo extiende, pero está en blanco. A continuación, sacó un estuche azul con motivos dorados de corte Shal’Dorei. Al abrirlo, una pluma muy bella de tonalidad azul intenso quedó al descubierto. La cogió con cuidado y la apretó levemente contra el pergamino, momentos antes de que la tinta empezara a brotar para permitirle escribir. En ese mismo instante, en un lugar recóndito y lejano, otra pluma de igual factura comenzó a bailar a la luz de la luna, dejándola a ella escribiendo sola en un libro abierto que descansaba en un pedestal. En ambos sitios, entonces, apareció el siguiente mensaje:
“Entrada 12 – Año 32 después de la Primera Guerra.
Asalto en Silithus.
Escribe Alaina Bellenoir, Cronista del Exilio de la Dominancia, entre otros títulos. Me veo en la obligación de dejar constancia de lo acontecido en estos días aquí, en Silithus.
Recientemente, un grupo de sociedades y organizaciones allegadas a la Horda, o por lo menos neutrales para con ella, se han reunido en Silithus a razón de unos asuntos de seguridad en Azeroth. Nuestro grupo, no ajeno a ello, decidió enviar emisarios en su ayuda. Actualmente no disponemos de muchos efectivos: nuestro frente se encuentra ocupado defendiendo nuestra base de peligros varios. Nuestra presencia en Silithus espera estrechar lazos con otras hermandades en estos tiempos aciagos. Los enviados para apoyar dichas comisiones y organizaciones fueron los oficiales Hercus, también conocido como el Empalador, Rymnclo Risayerta y una servidora. Tras una espera algo larga, se comunicó a todos el objetivo del día: teníamos que infiltrarnos en unas colmenas silítidas y obstruir los conductos de entrada.
Pocos minutos después, al son de gritos de guerra, un gran contingente formado por trols de Trol’Kalar, orcos del clan Quemasendas, caballeros de la Orden de la Espada Roja, así como miembros de Oghma Infinium y el Gremio de las sombras, entre otros, marcharon hacia una colmena cercana. El camino transcurrió sin percances. Los pocos silítidos exploradores eran vaporizados al instante por la vanguardia del contingente. Al llegar a la entrada, tanto a los caballeros de la Espada Roja como a nuestro grupo se nos encomendó la tarea de ocuparnos una colmena de mediano tamaño con dos entradas. Se nos asignó la más profunda, disponiendo del apoyo de un caballero Sin’Dorei que decía pertenecer a La Espada de Ébano. No habíamos encontrado aún resistencia en el túnel de acceso, hasta que llegamos a una bifurcación en donde fuimos emboscados por dos grandes silítidos. Luchamos con valentía y, a pesar de innegables dificultades —incluida la “casi” digestión de Hercus—, los eliminamos. Por desgracia, el alboroto formado por la contienda llamó la atención del resto de la colmena y oleadas de insectoides se acercaron. No tuvimos más remedio que replegarnos hacia el estrecho de la bifurcación para acelerar los planes originales del cierre del túnel.
Los guerreros no se lo pensaron dos veces y formaron un muro delante de mí, la arcanista, dispuestos a dar su vida para protegerme mientras realizaba los preparativos. No quería provocar una explosión descontrolada que nos sepultara allí e infligiera daños masivos a la estructura, por lo que los cálculos debían ser exactos. Mientras los tres feroces guerreros se debatían con uñas y dientes, luchando por no ser devorados, yo me disponía a sobrecargar una criatura elemental que había subyugado para la ocasión. Una vez alcanzado el punto crítico de masa arcana, lo dejé avanzar mientras el grupo huía.
Pocos minutos más tarde, tras una explosión y una intensa nube de humo, las paredes del túnel, compuestas por un tejido orgánico, colapsaron, sepultando a un grupo de insectos que reptaba hacia nosotros. Tan solo uno de ellos logró escapar y, a pesar del cansancio y las heridas sufridas, lo eliminamos sin piedad.
Al salir de las profundidades descubrimos que habíamos sido de los primeros en cumplir los objetivos del plan, seguidos por la Orden de la Espada Roja, trayendo consigo a dos heridos. Ante esto, tanto Hercus como yo fuimos en busca de los sanadores trol que posicionados en otra colmena cercana. Finalmente escoltamos a una trol —que se presentó como Kijara— de camino a los heridos.
Tras los sucesos volvimos al campamento a descansar.
Fin de la entrada. Fdo: Bellenoir.
PD. Al resto de integrantes del Exilio: Estamos bien. Esperamos volver con nuevos amigos y experiencias con estas criaturas. Desde Silithus os escribo; no desistáis en la defensa de nuestro hogar.
CUANDO TODO FALLA, NOSOTROS NO. POR LA DOMINANCIA. POR SURAMAR.”
Tras derramar la última gota de tinta, la pluma del estudio dejó de escribir y regresó al tintero del que había escapado, situado a escasos centímetros de ella. Mientras, la elfa en Silithus guardó la suya en su estuche y el pergamino en la funda de cuero. Sin añadir nada, se levantó y se fue.